
El control de plagas es una preocupación esencial en cualquier lugar donde vivamos o trabajemos, y Bogotá junto con la región de Cundinamarca no es la excepción. La geografía y el clima de estas zonas, así como su urbanización en constante crecimiento, han creado un entorno donde diversas plagas pueden prosperar, poniendo en riesgo la salud, la higiene y las estructuras.
¡La temible fiebre amarilla! Una de las enfermedades con mayor tasa de letalidad, la cual puede variar actualmente de entre 20 a 50%, según datos aportados por la Organización Panamericana de la Salud (OPS, 2025). Se tiene referencia, de acuerdo a lo reportado por el Dr. Julio Sandoval que, para los años de 1919 a 1923 hubo 90% de mortalidad, en una comunidad llamada Ten, ubicada en Casanare, la cual quedó diezmada. La fiebre amarilla ha sido un enemigo histórico de la Humanidad que, como se sabe, fue traída al Continente Americano debido a la trata de personas esclavizadas que, eran trasladadas desde África, al igual que su vector principal. Estas epidemias mermaron comunidades enteras, durante las épocas de la Colonia y periodos anteriores a la revolucionaria vacuna.
La revista de la Facultad de la Medicina con el título “Notas Sobre Fiebre Amarilla” (Luis Patiño Camargo, 1936) recopila las versiones de algunos historiadores de Colombia y, describe que, el registro más antiguo de fiebre amarilla, se remonta al siglo XVII, cuando se reportaron epidemias en poblaciones de la costa del Caribe. Al respecto, la descripción realizada por el Padre Bartolomé de las Casas en su “Historias en Las Indias”, en los años 1509 a 1520. Pero que fue debatido por expertos, quienes indican que el hecho ocurrió en el año 1648. Otro evento importante ocurrió en 1741, cuando las tropas británicas de Edward Vernon intentaron tomar Cartagena y fueron diez-madas por la enfermedad, con 9,000 muertes entre los invasores.
Durante el siglo XX, en la época previa a la Vacuna, se recuerdan epidemias que asolaron las ciu-dades de Santa Marta en 1906, Bucaramanga y Girón en 1910, Barranquilla en 1912 y El Socorro en 1929 (Hernández-Galvis y col., 2018).
Poco a poco, con el paso del tiempo, se fue conociendo más acerca de la enfermedad y sus vec-tores, la existencia de una vacuna y la aplicación de un plan nacional de inmunización, con carác-ter de obligatoriedad. Así, hubo tranquilidad en los grandes centros poblados, pero como no todo es perfecto, la enfermedad pudo ESCAPAR A LA SELVA y, desde allí, se mantiene asechando a los seres humanos, con silentes reservorios naturales de la densa selva y bosques. Es esta la fiebre amarilla selvática, que posee, además, vectores del género Haemagogus y Sabethes. Sus princi-pales huéspedes en la espesura verde son los primates no humanos (monos). Entre algunas de los primates que pudiéramos mencionar de las 38 especies señaladas y estudiadas en el Atlas de la Biodiversidad de Colombia primates (2020) están: Mono aullador rojo (Alouatta seniculus), Mono nocturno andino (Aotus lemurinus), Mono cariblanco (Cebus capucinus), Mono lanudo co-lombiano (Lagothrix lagothricha), por otro lado, pudiendo ser involucrados ocasionalmente algunos roedores y marsupiales.
La fiebre amarilla retoma focos epidémicos en humanos cuando nosotros, en condición susceptible (persona sin vacuna), nos encontramos en la selva y somos picados por un mosquito que porte la enfermedad. Este ciclo sería: del mono infestado o algún otro mamífero ocasional a, mosquito sano, de 9 a 12 días de incubación y, picada al humano sano con incubación de 3 a 7 días, cuando aparecen los síntomas de la enfermedad.
Ya post vacuna, se registraron 198 casos confirmados en Colombia en el quinquenio 1976-1980 y, 30 más entre 1981 y 1985. Finalizando el siglo XX con registros de incidencia y mortalidad atribui-dos a la fiebre amarilla, reseñado en el artículo “La fiebre amarilla en Colombia: de calamidad públi-ca a enfermedad desatendida” ocurridas entre 1998 y 2009. En los 14 años previos (1985-98) se habían presentado cinco casos y cuatro muertes. A partir de entonces hubo un recrudecimiento. En 1999 ocurrieron dos casos, ambos mortales (Segura y col., 2012; Hernández-Galvis y col., 2018).
La distribución de muertes por la enfermedad puede observarse en la siguiente Figura, según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE, 20), certificados de defunción registrados en Colombia por fiebre amarilla entre 1998 y 2009.

Igualmente, el DANE (20), muestra un mayor porcentaje basado en el reporte de 86 casos “probables” en todo el país entre 1998 y 2009, de los cuales lograron confirmarse solo 7,0% y 14,0 % se descartaron. Entre los no confirmados, sin muerte, un caso en Tolima y otro del municipio vecino Caldas, dos no confirmados, con un fallecido. Durante los periodos de estudios señalados, hubo 69% de determinación de “Causa de muerte por diagnóstico clínico”, siendo estos, “diagnósticos presuntivos”. Tal como puede observase en el cuadro 1:

Hablemos del debate por el actual brote de fiebre amarilla en la zona rural de algunos departamentos, en especial el del Tolima, ubicado en el centro-oeste de Colombia, en la región andina. Tolima lideriza para este momento, abril de 2025, los contagios de fiebre amarilla selvática. Este departamento no era considerado una zona endémica de la enfermedad. Para entender un poco el tema les explico: las zonas tradicionalmente endémicas en Colombia, fueron la Amazonia, parte de la Orinoquia, La Sierra Nevada de Santa Marta, La Serranía de Perijá y la Región del Darién. Y si digo fueron, no es porque dejan de serlo, lo señalo porque ahora se suman estas otras zonas y seguramente otras regiones más.
Aunque ya existe un mapa que se presenta en el estudio de Segura y col. (2012) que permitió señalar nuevas zonas endémicas o, activar como mínimo la vigilancia temprana, por no tratarse de casos confirmados. Sin embargo, actualmente sí se tiene demostrado: Presencia del vector – Reservorios naturales -Condiciones climáticas y geográficas – “HISTORIAL DE CASOS CONFIRMADOS” – Baja cobertura de vacunación.
Como todo, pudiera señalarse como culpable al cambio climático y ahora, querido lector ¿Cómo digerimos esto?, muy sencillo, tenemos desde hace años, fenómenos que ocurren naturalmente, sumado a la voraz expansión humana, sea por ganadería, cultivos tradicionales o cultivos ilícitos, poca figura estadal, por la fuerte presencia de grupos armados al margen de la ley, entre otros fac-tores. Desde el año 2015, se están generando grandes deforestaciones y enormes incendios en muchas regiones de biomas importantes. Se estima que cada año se pierden miles de hectáreas debido a incendios, especialmente en la Región Amazónica y la Orinoquía.
En 2024, por ejemplo, se reportaron fuertes incendios. Llegando incluso a decretarse; “Desastre Natural Nacional” Algunos de los municipios más perjudicados incluyen La Macarena (Meta), San Vicente del Caguán (Caquetá) y, Aipe (Huila). En Cundinamarca, municipios como Fusagasugá y Girardot han registrado incendios significativos.
Ahora bien, como algunos sabrán y, han estado cerca de estos incendios, la fauna silvestre es ate-rrada y huye a toda prisa de las llamas y el humo, el hecho que los incendios ocurren claro está, en épocas de sequía y, los animales en especial los primates, recorren grandes distancias para encon-trar sus alimentos, con la situación descrita, lo harán con más prisa si es de escapar de los incen-dios. Especies de primates de importancia como el Lagothrix lagothricha, en estudios de campo (García, 2017), se ha registrado que los grupos de monos lanudos pueden recorrer entre 2 y 5 ki-lómetros por día, dependiendo de la disponibilidad de alimento y la estructura del bosque, solo hay que imaginarlo corriendo por su vida.
Estos incendios que han tomado al país por los cuatro puntos cardinales, generaron alteraciones en las rutas y corredores naturales, seguramente movilizando y agrupando masas de monos de distintas especies y otros mamíferos hacia otras regiones no tradicionales de sus rutas llevando consigo al mortal huésped, el arbovirus de la fiebre amarilla.
Para continuar con un ejemplo de posible alteración y dispersión de una especie susceptible a la enfermedad, se puede continuar con el ejemplo de Lagothrix lagothricha, que tiene registro de ubi-cación (Distribución remanente o actual, según Atlas de de la Biodiversidad de Colombia, primates, 2020) en municipios como La Macarena en el Meta y Guaviare, como San José del Guaviare, refi-riendo a la ubicación al norte de su principal zona y, lo más al centro del territorio nacional colom-biano y, precisamente, uno de los municipios más afectados por el incendio, fue La Macarena (Meta).
Hay que prestar atención que lo dicho en el párrafo anterior, es una hipótesis que pudiera ser discutida con más expertos (Distribución potencial, según Atlas de la Biodiversidad de Colombia, primates, 2020), pero repito, para los que hemos estado en estos incendios de gran envergadura, sabemos lo profundamente que logran alterar a la fauna, durante y después de ellos.
Lo cierto es que, para el momento de esta discusión, se reportó el primer caso de fiebre amarilla en la ciudad de Girardot en Cundinamarca, proveniente de Purificación, Tolima. El peligro radica en que esta es una zona con alto índice poblacional que, además, mantiene circulando a un vector temible, como lo es Aedes aegypti y que, además, posiblemente tiene una baja tasa de vacunación al arbovirus señalado, ya que al igual que el Tolima, no era considerada endémica de la enfermedad. Cabe preguntar acá ¿Dónde quedó el cerco epidemiológico?, ¿Cómo pudo esta enfermedad burlar a las autoridades?, entre muchas otras interrogantes.
Ahora, para este momento es válido el refrán: “Donde ronca el Tigre, no hay burro con reumatismo”, se debe seguir todas las recomendaciones de nuestras instituciones, ser conscientes que, si estamos o, somos de esas áreas del foco o peri foco, colaborar para mantener la enfermedad fuera de las poblados o grandes urbes susceptibles. Que, si visitamos estas zonas debemos estar pendientes de síntomas transcurridos los días. Además, todos debemos estar comprometidos e interesados en conocer, diagnosticar y colaborar, para evitar la propagación de la enfermedad a centros poblados susceptibles.

Las lluvias están por llegar con más fuerza y, sumado a ellas, la propagación del principal vector del arbovirus en la zona urbana, el mosquito Aedes aegypti.
Para nuestra hermosa capital el peligro de propagar la enfermedad es escaso, ya que debe estar presente la triada epidemiológica: el agente causal, el huésped y el ambiente apropiado. Y recalco “escaso” por el cambio climático, que en el futuro nos pudiera hacer una mala jugada. Sánchez y Posada (2021), señalan el cambio climático está involucrado en la variación de la distribución geográfica de enfermedades transmitidas por vectores en su artículo de revista “Impacto del cambio climático en los vectores Aedes aegypti y Aedes albopictus y su importancia en su distribución geográfica en Colombia”.
El registro de altitud media para Aedes aegypti, se creía hasta hace algunos años, era de 1500 msnm, pero existen registros con presencia de Aedes aegypti hasta los 2,227 metros sobre el nivel del mar en la región de Huánuco, Perú publicados por More, Castañeda y Suyón (2025) en la Revista Peruana de Medicina Experimental y Salud Publica. Y aún más alarmante, es que el récord de mayor altitud registrada publicado de Aedes aegypti es de 2.302 msnm y, fue encontrado en Colombia (Ruiz-López y col., 2016). Y, si es por el frío, el vector llegó a Buenos Aires Argentina, donde pueden tener semanas en invierno con temperaturas de 2 a 0 grados centígrados (No olvidemos la gran pandemia de 1871), sin hablar de algunas regiones de Europa a las que, igualmente, llegó el género Aedes albopictus sin importarle el general invierno.
Como recomendación debemos tratar de activar, nuevamente la memoria colectiva de las comunidades rurales, ellas que durante años fueron las alarmas de los sistemas epidemiológicos latinoamericanos, ya sea por educación de talleres, charlas o asociación repetitiva por décadas, “mono o mamífero enfermo o muerto, posible riesgo para la salud”.
Ing. Epi. E Metaxénicas Diego García
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